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Archivos Mensuales: noviembre 2010

Ya hay fecha y lugar para las primeras presentaciones de Cinco Canciones de Cuna, a la que, si todo marcha como es debido, le queda menos de una semana para desembarcar en nuestro continuo espacio-temporal.

La primera, el próximo 3 de diciembre en Librería Gigamesh (Ronda de Sant Pere, 53. Barcelona), a las 18:30.

Y, al día siguiente, 4 de diciembre, en Madrid Cómics (C/Silva, 17. Madrid), a las 17:30.

En ambos eventos dirigiré unas palabras a la concurrencia (esperemos que pocas y bien escogidas), se podrán adquirir ejemplares aún calentitos de imprenta y, si se tercia, dedicaré y firmaré y haré todo el paripé habitual en estas cosas para todo aquel que lo solicite (niños, aprovechad para venir con vuestra colección completa de Fco. Javier Pérez´s).

Por supuesto, quedáis todos invitados. Traed cerveza, la necesitaremos.

Lleva ya un tiempo fraguándose, y todo estaba bastante en el aire, así que no he querido comentar nada aquí hasta tener una confirmación «oficial». La cual ha llegado esta mañana, así que ya puedo anunciar que la gente de la editorial Traspiés ha tenido a bien elegir  XVI LA MAISON DE DIEV, un relato mío escrito a propósito e ilustrado por el enorme Pablo E. Soto, para su nueva antología Perversiones. Breve Catálogo de Parafilias Ilustradas, dentro de su colección Vagamundos. Huelga decir que la cosa va de microrrelatos (es la moda, señora, qué le vamos a hacer…), acompañados de ilustraciones, hablando de sexo raro y entretenimientos sicalípticos varios.

Noticia que me satisface especialmente, ya que estaré tan bien arropado ahí que casi da miedo. A continuación, la lista de autores incluidos:

Andrés Portillo, Rafael Linero, Raúlo Cáceres, Ángel Olgoso, Antonio
Dafos, Isabel González González, Manuel Moyano, Quim Pérez, Jorge Fornés,
Vicente Muñoz Álvarez, Hugo Rg [pobreartista], Joaquín Torres, U! a.k.a
Uriel A. Durán, Ginés Cutillas, Miguel Sanfeliu, Fusa Díaz, Cristina de
Cos, Fco. Javier Pérez, Pablo E. Soto, Hugo García, Marina Guiu, David
González, Pablo Gallo, Carlos Vitale, Manuel Rebollar, Ana Ayuso Verde,
Isabelle López, Francisco Naranjo, Alejandro Santos, Rubén Little Nemo,
Marina Baizán, Hilario J. Rodríguez, Elvis Gato, Juan Jacinto Muñoz
Rengel, José Ángel Barrueco, Isabel Wagemann, David Guirao, Joan Ripollès
Iranzo, El Bute, Eva Díaz Riobello, Salvador Moreno Valencia, Popá, Elías
Moro, Martín Pardo, Carlos Manzano, Kikus, Nacho Cagiga, Felisa Moreno
Ortega, Andrés Neumam, Juan Gonzalo Lerma, Manu Espada, Joaquín López, M.
A. Cáliz, Pepe Cervera, Rita Vicencio, María Simó, José Ángel Cilleruelo,
José Abad, Amanda Manara, Miguel Ángel Zapata, Federico Villalobos, José
Cruz Cabrerizo, Esteban Gutiérrez Gómez, Oscar Esquivias, Pablo Ruiz,
Carola Aikin, Raul Brasca.

A partir de aquí, ya sabéis lo que tenéis que hacer. Buena caza.

Detalles de un larguísimo panegírico que no publicaré, por vergüenza y respeto y porque las zonas de vulnerabilidad tienden a impermeabilizarse mal al ser botadas a la world wide web. Leed las piezas del puzzle y armadlo vosotros mismo. Samplead o reproducid en loop, en voz alta u olvidadlo nada más consumir. El lector tiene aquí prevalencia y prioridad.

Cada X ciclos hay quien demanda por ahí la regularización de una incierta Educación Sentimental. Se han escrito manuales enteros al respecto, columnas de opinión, guiones para documentales que jamás se rodarán, diagramas de ponencias para sordos… Todo en balde. Porque, al final, somos autodidactas y, según se mire, estamos jodidos irremisiblemente y puestos a secar. No va a haber nunca una guía para «lo sentimental». Por lo inabarcable de la hipotética empresa, sobre todo, pero también a causa del angustioso hecho relativo de que cualquier camino por «lo sentimental» depende, en su mayoría, del sextante que es el Otro, en mayúscula lacaniana; de la relación interpersonal afectiva, de un feedback que multiplica infinita y exponencialmente la incertidumbre propia, pasado por el filtro del «contrincante» y devuelta, mutada, para nueva interpretación o, en el peor de los casos y paradójicamente el mayoritario, la actuación intuitiva que es más bien una rendición. Vamos a tientas, en definitiva y hagámonos a la idea. Estamos perdidos, naufragados en un relativismo al que, para más inri, flaco favor hacen ni los dramones multiformato que en nuestras más cortas o más largas vidas hemos tragado a cucharadas colmas, ni las conversaciones de doble rasero con los colegas, ni el mismísimo puto Shakespeare; a la espera de que nuestro cadáver hinchado de hormonas sin objetivo aparezca flotando bocabajo en las aguas poco profundas de Demasiado Tarde. Y, lo admitamos o no, esta falta, ser conscientes de esta carencia, duele. Duele nueve de cada diez veces. Como el dicho: nueve de cada diez veces que uno se da de puñetazos contra la pared, la pared gana; la vez que no, es porque la pared se ha derrumbado encima de uno.

Sin embargo, quizá esté bien que así sea. Visto desde un punto de vista absolutamente romántico, sin dolor no tendríamos poesía, por ejemplo. Visto desde un solo ángulo, tiene sentido: sin dolor, no habría Anna Kavan, o sería una Anna Kavan distinta, a la que puede que yo no hubiese conocido nunca; sin dolor, Alice In Chains sólo habrían salido del local de ensayo como émulos de Van Halen, para morir arrollados por la marabunta de la depresión de los noventa al poco, arrojados después al contenedor que ellos llamarían oblivion; sin dolor, Cronnenberg sería un Almodovar gore; sin dolor, no hay parto.

E indexadas a estas afirmaciones caben infinitos «y si…»s. Por supuesto. Pero esto es una opinión, un panegírico (hoy, en tiempos en que el panegírico ya no existe más allá del recíproco montante, contante y sonante, de la reafirmación del propio ego por proyección o, simplemente, del papanatismo), no un ensayo.

(…)

Apenas cruzábamos tres o cuatro palabras en las reuniones de equipo quincenales. Yo estaba felizmente casado y acababa de tener un hijo. Ella vivía con un Disc-Jockey. Poco más sabíamos el uno del otro en el plano personal, y ya estaba bien. En retrospectiva, y con alguna que otra cerveza de más en el cuerpo, nos hemos confesado que, en aquellos días, ya nos habíamos fijado el uno en el otro y descartado mutuamente antes de considerar siquiera una remota posibilidad de acercamiento. Lo cual es bonito, sí, pero tan difícil de precisar su veracidad, o cuánto de ello viene condicionado por lo que ha venido después, que no vale la pena pasar por el acto de constricción necesario para aclararlo aquí y ahora. Vamos a conformarnos con que éramos sólo un estadio por encima de desconocidos.

(…)

Nuestros hogares estaban rotos, de todos modos: el verano antes, el DJ había dejado a Zelda por otra y con muy malos modos; yo, por mi parte, estaba a punto de separarme o suicidarme, dependiendo de con qué pie me levantase cada mañana. Así que aquel miércoles noche que ya se había convertido en jueves de madrugada, hablamos, de verdad, por primer vez, dejando las horas y las cosas íntimas, pero de fuera, en la puerta.

(…)

Zelda, hambrienta, tropezó un día que se intentó enrollar con otro tipo en una fiesta, acabando todo el asunto en desastre. Mi propio tropiezo fue bastante más estúpido: estaba tomando una copa con mi amigo Ernesto, poniéndole al día de todo este jaleo, explicándole que cierto domingo después de comer Zelda me había llevado a su casa y había estado tocando la guitarra para mí mientras yo me iba enamorando de ella en el sofá. «Tío… fue casi mejor que follar», admití en voz alta. «Joder, esa Zelda te gusta mucho», dijo Ernesto, dando la puntilla.

(…)

Establecimos así una relación en cuyas afueras hay una oscuridad tal que, cuando bajamos los defensas, Zelda o yo, nos ateren malentendidos negros, lazos negros no del todo rotos, crespones conmemorando el miedo al cambio, por mi parte, y , por la suya, el miedo quizá a descubrir que lo prometido en los inicios se ha matizado demasiado, terroríficamente rapido para lo que es el proceso natural de una suma sentimental clásica, puede que conmemorando el pavor a que la engañe y la defraude tanto o más que los demás antes que yo.

(…)

Es un patchwork de las líneas mentales que pensaba escribirle en la carta que iba a mandarle cuando, tras la última pelea, la de hace muy, muy poco, llegase la ruptura definitiva. Pero la crisis pasó y la resolvimos juntos. Porque por fin hemos (he, mayormente) aprendido a estar juntos.

(…)

..dejar los triunfos bocarriba sobre la mesa y que ella haga con ellos lo que le plazca. Lo siento, preciosa. Sabes que no puedo evitar quererte; es la cruz con la que cargamos los dos.