Veréis…
Hace unos años (muchos, demasiados quizá…) gané un par o tres de concursos literarios. Justo entonces, justo cuando los meses de presentarse a convocatorias y de no llegar siquiera a finalista, justo cuando la frustración y cierto «aprendizaje» empezaron a dar fruto, dejé de participar. En este tiempo he urdido un montón de motivos más o menos filósoficos a esto, que van desde que no creo en los concursos, porque no creo que lo de la literatura sea una competición, hasta la más alocada y conspiranoica (y por eso más interesante) teoría de que absolutamente todos los concursos de este país, y de los demás también, qué coño, están amañados. A base de tropezar por ahí con variopintos personajes, y de meter el hocico en el mundillo, he acabado por tener un buen cartapacio de pruebas que sustentan firmemente éstas y hasta la chorrada más grande que jamás se me pueda ocurrir a este respecto, para explicar(me) por qué dejé de jugar al juego de los juntaletras, por qué no compro ningún libro que lleve escrito en la solapa que ha ganado tal o cual premio (aunque sí los robo; total, el único beneficiario que me importa ya ha cobrado, ¿no?), por qué me da tanta rabia que el poco talento de que alguien pueda disponer se pague con cuatro duros y docenas de putadas y paladas de vergüenza, mucha propia pero casi toda ajena.
Y aun así todos estos motivos son mentira. Verdades a medias, apenas, en el mejor de los casos.
La Verdad, con V mayúscula, es que dejé de participar en concursos literarios porque cada vez que lo hacía sentía como si una parte de mi ya maltrecha alma se deshiciese y muriese.
Ya, ya sé que suena dramático. Exagerado. Mucho. Y que quizá estuvieseis esperando una gran consigna incontestable-zen-punk-visionaria. Pero eso es lo que hay y no sé cómo explicarlo mejor. Así lo sentía, tanto física como intelectualmente. Eso era lo que había y no tenía visos de paliarse o mejorar, y a mi alma cada vez le iba peor. Por eso me bajé del tren de los chanchullos.
¿Qué? ¿Que por qué me da por explicar esto ahora?
Veréis…
Hace unos días (pocos, creo, pero ¿quién puede estar seguro, en los tiempos que corren?) recibí una invitación para participar en el Primer Certamen de Poesía de Serie B, convocado por LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, la Semana Negra de Gijón y El Gaviero Ediciones. No voy a extenderme aquí con en qué consiste el asunto, porque para eso os he dejado un enlace a las bases del premio, pero sí que voy a reconocer que el tema me interesó. Me interesó, sobre todo, porque se supone que es uno de mis temas y, sobre otras cosas, porque varios colegas muy, muy apreciados han declarado que van a participar. Me interesó tanto, de hecho, que me mandé un poco a mí mismo a la mierda y me planteé seriamente ponerme a ello. Craso error.
El primero en llegar, nada más tomar la decisión, fue el señor Te Imaginas:
«¿Te imaginas que ganas y te cae un viaje gratis a Gijón, a recoger el premio, y 1.200 euretes, que sólo Dios sabe cuántisima falta te hacen?»
«¿Te imaginas cuánto currículum podría sumarte el ganar una cosa así?»
Al poco, le siguió el no menos ominoso señor Lameculos:
«¿Qué querrá leer el jurado?»
«¿Qué puedo escribir, que sea absolutamente incontestable y, claro, GANE?»
«¿Cómo puedo solucionar las dos preguntas anteriores siendo fiel a los mimbres característicos del laureado autor de Antifuente (como si eso significase algo…)?»
Por último, ahí estaba esta mañana, muy digno él con su torcida sonrisa de bastardo, esperándome al lado del escritorio, el señor Bloqueo.
Hijo de puta.
Por primera vez en dos o tres años (ahora que lo pienso, desde la última vez que respondí a una convocatoria… aunque ésta era más bien un encargo y para algo tan guapo como el cuarto número de Paura…), esta mañana, después de agachar la cabeza para que el señor Bloqueo se dedicase sin trabas a sus capirotazos rituales, he pasado dos horas mirando fijamente a la pantalla en blanco. Incapaz de escribir una maldita palabra. O lo que es peor: escribiendo media docena de ellas para luego borrarlas y volver a empezar.
Y otra vez esa sensación. La de algo agarrotándose dentro, más adentro que las tripas o el corazón. La de estar perdiendo un pedazo de algo que últimamente andabas bastante convencido de que ya no tenías. La sensación de ser un inútil y no tener ni pajolera idea de nada, por muy creído que te lo tengas. La sensación de haber perdido antes siquiera de haber visto el tablero de juego.
Todo por un concursillo de mierda.
Joder.
No puedo ser el único en todo el mundo (en todo el mundillo) que piense así. No soy tan original y la ciencia estadística seguro que está de mi parte. No tengo porque plegarme a estas jodiendas.
Así que me he puesto a escribir esto, e inmediatamente me he sentido mejor. Se supone que para cosas así sirve un blog, y maldita sea si no acaba de servirme a mí de mucho.